Cuando empecé a practicar yoga de forma continuada hace más de tres años nunca imaginé que llegaría a sentirme, como lo diría, bien, serena, sana, en forma física y mentalmente. Si lo simplificamos, hacer ejercicio (más o menos relajado) y controlar la respiración es beneficioso, sin embargo, detrás de la práctica del yoga hay todo un entramado neurobiológico que explica cómo lo que hacemos y pensamos afecta a la actividad de nuestro cerebro. Alex Korb explica en el siguiente artículo cómo el yoga puede cambiar los hábitos de estrés del cerebro.
Alex Korb es investigador en neurociencias en la universidad de UCLA. Trabaja como consultor en el desarrollo de un tratamiento terapéutico para enfermedades mentales y neurológicas basado en la remodelación del cerebro mediante ultrasonidos. Puede seguirse su trabajo sobre el funcionamiento del cerebro en su página de FacebookPreFrontal Nudity (facebook.com/prefrontalnudity).
Artículo traducido por Elena Martínez R.
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Tres veces a la semana, a las siete de la mañana, mi padre conduce hasta una academia de baile que está a cinco manzanas de la playa. En la luminosa habitación de suelo de madera, situada encima de una tienda de artículos electrónicos, un hombre musculoso de cabeza afeitada y vestido con bañador susurra instrucciones en una mezcla de inglés y sánscrito. Mi padre y el resto de la clase (la mayoría ágiles y bronceadas actrices, y mujeres «florero» con mallas negras Lululemmon) se doblan y retuercen en extrañas formas. Los cristales de las ventanas se empañan con la humedad de su respiración colectiva.
Mi padre lleva practicando yoga más de seis años. A mí siempre me ha interesado el deporte y el ejercicio, pero nunca llegué a comprender qué era lo que tenía esta curiosa forma de amplios estiramientos. Por otro lado, también me interesaba la neurociencia, sin embargo poco imaginaba yo que esta milenaria práctica podría cambiar mi forma de entender la relación entre el cuerpo y la mente.
Aparentemente el yoga puede mejorar tanto los síntomas depresivos y la función inmunológica, como disminuir el dolor crónico, reducir el estrés y bajar la presión arterial. Todas estas afirmaciones han sido hechas por los yogis a lo largo de los años, y suenan más bien a rollo new age. Pero sorprendentemente, todo en esta lista está respaldado por investigaciones científicas.
Puede parecer cosa de magia que posar como un orgulloso guerrero o como un cuervo pueda tener tan amplios efectos; pero no es magia, es neurobiología. Esta frase puede parecer o profunda o extremadamente obvia, sin embargo esto es a lo que se reduce: las cosas que hacemos y los pensamientos que tenemos cambian los patrones de encendido del cerebro y su composición química. Incluso acciones tan sencillas como cambiar de postura, relajar los músculos de la cara o aminorar la velocidad de la respiración puede afectar a la actividad del cerebro (más allá, por supuesto, de la actividad requerida para realizar la acción). Estos cambios son con frecuencia transitorios, pero pueden llegar a ser duraderos, especialmente si implican un cambio de hábito.
La primera vez que me levanté temprano para ir con mi padre a yoga, me imaginé una habitación llena de personas enroscándose con mucha calma como rosquillas con el fin de lograr la iluminación. Cuando la clase estaba a punto de comenzar, mi padre murmuró desde la esterilla de al lado: «se supone que tienes que respirar por la nariz a la vez que contraes la parte de atrás de la garganta para hacer un sonido como el del océano.» Me sonó un poco pseudo-hippie y cursi, pero lo intenté de todas formas. Más tarde comprendí que este era uno de los factores principales de los efectos del yoga en el cerebro.
A los quince minutos goteaba tanto sudor que apenas podía mantenerme en la postura del perro. Durante todas las posturas, el instructor seguía hablando sobre cómo se supone que teníamos que mantener nuestra respiración tranquila y constante. ¿Tranquila? ¿Lo decía en serio? Me temblaban los músculos cuando intentaba mantenerme en una postura flexionada a unos diez centímetros del suelo. Cuando el profesor nos dijo que nos giráramos para que el hombro derecho quedara por debajo de la rodilla derecha, apenas pude dilatar mis pulmones. Nos pidió que arqueáramos la espalda y me chirrió la columna, que con dolor resistió todos mis esfuerzos. ¿Permanecer relajado? ¡Por el amor de Dios, quería que nos pusiéramos de pie sobre la cabeza!
Como neurocientífico, a pesar de mi incredulidad inicial, llegué a comprender que el yoga funciona no porque las posturas sean relajantes, sino porque son estresantes. Son los intentos que realizamos para permanecer calmados durante este estrés los que crean el gran beneficio neurobiológico del yoga.
El cerebro tiende a reaccionar de forma automática ante el malestar y la desorientación lanzando una respuesta de estrés fisiológico y activando la conversación neuronal de ansiedad entre el cortex prefrontal y el más emocional sistema límbico. La propia respuesta al estrés aumenta la posibilidad de tener pensamientos nerviosos como «voy a tirar algo» o «no puedo mantener esta postura más tiempo». Y, de hecho, estos pensamientos intensifican aún más la respuesta al estrés.
Resulta interesante que, a pesar de los diferentes tipos de situaciones de estrés en los que puede encontrarse una persona (estar en una postura invertida sobre la cabeza, huir de un león, acabar esos informes antes de las cinco de la tarde), el sistema nervioso solo tiene una sola respuesta al estrés. Los pensamientos específicos que podamos tener pueden variar, pero las regiones cerebrales involucradas y la respuesta fisiológica son las mismas. La respuesta fisiológica al estrés supone un aumento en el ritmo cardiaco y de la respiración, en la tensión muscular y en la elevación de cortisol, y otras hormonas del estrés.
Lo fascinante de la interacción entre mente y cuerpo es que funciona en las dos direcciones. Por ejemplo, si estamos estresados nuestros músculos se tensarán (se preparan para huir de un león), y esto lleva a más pensamientos negativos. Relajar los músculos, en especial los faciales, hará que el cerebro tome otra dirección hacia unos pensamientos más relajados, alejándose del estrés. Igualmente, en una situación de estrés, el ritmo respiratorio aumenta. Calmar la respiración hace que el cerebro se aleje de la respuesta al estrés y de nuevo lleve a pensamientos más relajados.
¿Cómo encaja todo esto? Como he mencionado antes, la respuesta al estrés en el sistema nervioso se dispara de manera refleja ante el malestar y la desorientación. Contorsionar la espalda, el ácido láctico que sube por los músculos estirados, la incómoda sensación de estar boca abajo, el no poder respirar, son todas diferentes formas de malestar y desorientación, y tienden a llevar de forma refleja a un pensamiento de ansiedad y a la activación de la respuesta al estrés en todo el sistema nervioso. Sin embargo, el hecho de que esta respuesta sea automática, no significa que sea necesaria. Se trata simplemente de un hábito del cerebro. Uno de los principales propósitos del yoga es volver a entrenar este hábito de manera que este deje de invocar la respuesta al estrés automáticamente.
Algunos pueden pensar que la respuesta al estrés es un reflejo innato y que por ello no puede cambiarse. Para aclararlo: esta respuesta es por una parte innata y por otra, aprendida durante la niñez. Sí, la respuesta al estrés ya nos viene descargada e instalada en nuestro temprano sistema operativo. Sin embargo, esta tendencia aumenta y se refuerza con el paso de los años. En este caso, absorbemos cómo los que nos rodean, nuestros padres especialmente, reaccionan ante situaciones de estrés. Sus reacciones se conectan con nuestro sistema nervioso. Sin embargo, solo porque un hábito sea innato, y después reforzado, no significa que sea inmune al cambio. Casi todos los hábitos son susceptibles de cambio, o al menos pueden mejorarse, mediante la acción repetida de un nuevo hábito.
Veamos un ejemplo de cómo puede cambiar una reacción innata. Pongamos que una persona tiene un reflejo nauseoso. Este reflejo se da en muchos estudiantes de primer año en Estados Unidos cuando luchan en el proceso de socialización de la universidad en el que tienen que tragar cerveza. La mayoría de ellos lo pasa mal. Sin embargo, cuando se acercan las vacaciones del último año, muchos de ellos han aprendido en gran medida a suprimir el reflejo. Al igual que este, que la respuesta al estrés sea innata y automática no significa que no pueda remodelarse mediante una práctica intencionada y duradera.
Para algunas personas levantarse a las seis y media de la mañana para ir a yoga automáticamente dispararía su respuesta al estrés. La buena noticia es que no es necesario ir a clase para practicar yoga. Las posturas que la mayoría de las personas asocian con el yoga son solo una forma particular de practicarlo llamada práctica deasanas (asana significa postura). Las asanas suponen un reto muy específico, pero la vida misma nos ofrece muchos retos. En cualquier situación de estrés podemos intentar estas técnicas de relajación: respirar lenta y profundamente, relajar los músculos faciales, despejar la mente de pensamientos angustiosos, centrarnos en el presente. De hecho, el yoga consiste en aplicar estas técnicas en la vida real. El yoga es simplemente el proceso de prestar atención al momento presente y calmar la mente. Con el paso del tiempo, se empieza a reentrenar la reacción automática ante el estrés y a reemplazarla con una que contribuye a la felicidad y al bienestar general.
Después de asistir unas cuantas veces a la clase de yoga de mi padre, acabé por comprender que el yoga no solo puede practicarse en la vida real, sino que, todo lo contrario, se puede asistir a clase de yoga y no hacer realmente yoga. Puede que muchas de esas mujeres bronceadas, sudorosas y delgadas puedan ponerse las piernas detrás de la cabeza y no estar presentando atención a mantener su respiración tranquila y constante, o sus mentes despejadas. Puede que estén pensando en otra cosa totalmente distinta. Sin la atención continuada de centrarse en el presente y calmar la mente, ir a clase de yoga es literalmente ir a hacer los movimientos. Ahora que lo pienso, ¿quién sabe si mi padre está practicando realmente yoga y no mirando a esas mujeres que se ponen las piernas detrás de la cabeza? Todo lo que puedo decir es que desde mi esterilla puedo oír su respiración suave y profunda como el océano y que no tiene ningún problema para hacer mantenerse de pie sobre la cabeza.
Publicado por : NORMA TERESA GAVIDIA HERNANDEZ - ING. INDUSTRIAL- DIPLOMADA EN PNL - DIPLOMADA INTERNACIONAL EN COACHING EMPRESARIAL- LOCUTOR. http://www.blogger.com/profile/13665153992367977567
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